Más allá de los 5 conocidos
Cuando pensamos en los sentidos, lo primero que viene a la mente suelen ser los clásicos cinco: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Es lo que aprendimos en la infancia y lo que, hasta hace poco, también contemplaba la ciencia. Pero en 2020, la neurocientífica Sarah Garfinkel, del University College of London, publicó un artículo que se convirtió en referencia en el campo de la neurociencia y la conciencia corporal. En él, se planteaba algo revolucionario: no tenemos cinco sentidos, sino al menos siete (y en realidad, muchos más).
Exterocepción: lo que percibimos del mundo
Los cinco sentidos clásicos forman parte de lo que se conoce como exterocepción, es decir, la capacidad de recibir información del exterior: colores, sonidos, texturas, sabores, olores. Estos sentidos nos ayudan a ubicarnos en el mundo, a comunicarnos, a protegernos y a disfrutar. Pero, según Garfinkel, no son los más importantes.
Interocepción: el gran desconocido
El sentido número uno para nuestro cerebro es la interocepción: la capacidad de sentir lo que ocurre dentro del cuerpo. Sin que nos demos cuenta, el cerebro está recibiendo información constante del corazón, los pulmones, el estómago, los intestinos… Este sentido es silencioso e inconsciente. Y menos mal porque si fuéramos conscientes en todo momento de cada latido, contracción intestinal o respiración, el ruido interno sería abrumador.
Sin embargo, hay momentos en que esa información emerge a la conciencia. Un sobresalto, una punzada en el estómago, una sensación de calor en el pecho. Es entonces cuando la interocepción se hace presente, y si cultivamos la atención plena, podemos empezar a leer esos mensajes sutiles del cuerpo como quien escucha un lenguaje antiguo y sabio.
Propiocepción: el mundo por fuera
El segundo sentido en importancia es la propiocepción, que informa al cerebro sobre la posición y el movimiento del cuerpo. Gracias a ella, sabemos dónde está nuestro brazo aunque tengamos los ojos cerrados, podemos caminar sin mirar cada paso, o sentir si estamos tensando el cuello sin darnos cuenta.
Este sentido también está muy vinculado a nuestra forma de estar en el mundo: la postura, el tono muscular, la sensación de estabilidad o de inseguridad. Todo eso informa al cerebro y condiciona nuestras emociones y pensamientos.
Habitando el cuerpo en el mundo
La atención plena o mindfulness nos invita a cultivar esta escucha sutil: a percibir no solo lo que ocurre fuera, sino también dentro de nosotras. Es una práctica de presencia y de intimidad con lo que somos, momento a momento.
En un mundo que nos empuja constantemente hacia fuera, volver al cuerpo es un acto de amor y de sabiduría. Nos permite habitar el presente, tomar decisiones más alineadas con nuestras necesidades reales y recordar que la verdad no siempre está en la mente, sino también en otras señales silenciosas.
